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El papa Benedicto está en el medio de la guerra entre los cardenales Re y Zen. Pero quien está venciendo es China

Por Sandro Magister

En la carta que el decano del sacro Colegio Cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re, escribió el 26 de febrero a todos los cardenales, contestando a la anterior carta dirigida a ellos en setiembre por el cardenal Joseph Zen Zekiun, hay un punto en el que es máxima la brecha entre los dos cardenales.

En su carta, Zen había escrito, respecto al acuerdo provisorio y secreto del 22 de setiembre del 2018 entre la Santa Sede y China sobre el nombramiento de obispos: “Tengo fundamentos para creer (y un día espero poder demostrarlo con documentos de archivo) que el acuerdo firmado es el mismo que el papa Benedicto se había negado a firmar en su momento”.

A lo que Re contestó: “Tal aseveración no se corresponde con la verdad. Después de haber tomado personalmente conocimiento de los documentos existentes en el archivo corriente de la Secretaría de Estado, estoy en condiciones de asegurar que el papa Benedicto XVI había aprobado el proyecto de acuerdo sobre el nombramiento de los obispos en China, el cual sólo se pudo firmar en el 2018”.

La contrarréplica de Zen llegó el 1 de marzo en una carta abierta a Re, en la que el cardenal chino escribió: “Para probar que el acuerdo firmado ya había sido aprobado por Benedicto XVI es suficiente con mostrar el texto firmado [del acuerdo], que hasta hoy no me ha sido permitido ver, y la evidencia del archivo que usted ha podido verificar. Sólo quedaría explicar por qué no se firmó entonces”.

En ausencia de una documentación pública es difícil decir cuál de los dos cardenales tiene razón.

Pero nos podemos aproximar a la verdad si se recorre toda la historia de las relaciones entre la Santa Sede y China durante el pontificado de Benedicto XVI, entre el 2005 y el 2013.

Es lo que ha hecho recientemente uno de los mayores expertos de la Iglesia Católica china, Gianni Criveller, en el capítulo “An Overview of the Catholic Church in Post-Mao China” [Una mirada de la Iglesia Católica en la China post-Mao], aparecido en el volumen People, Communities, and the Catholic Church in China [Pueblo, Comunidades y la Iglesia Católica en China], a cargo de Cindy Yik-yi Chu y Paul P. Mariani, editado en Singapur en el 2020.

Criveller, de 59 años, del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras, enseña en la Universidad China y en el Colegio Santo Espíritu de Teología y Filosofía, de Hong Kong. Su ensayo ha sido íntegramente traducido y publicado en Il Regno, la revista más reconocida del campo católico progresista italiano.

El ensayo de Criveller es de extraordinario interés, especialmente allí donde bosqueja las diferencias entre las dos comunidades católicas en China, la que cuenta con reconocimiento oficial del régimen, sumamente esclavizada, y la “clandestina” con altísimo grado de riesgo, o allí donde explica las razones y los efectos de la "chinaización" de las religiones y del regreso al confucianismo, propugnados por el presidente chino, Xi Jinping.

Pero limitándonos a lo que Criveller escribe respecto a los años del pontificado de Benedicto XVI, él no duda en asignar una importancia “histórica” a la carta a los católicos chinos escrita por este Papa en el 2007. Y escribe a propósito de la suerte de los obispos en ese país: “Benedicto XVI pedía a las autoridades civiles que reconocieran a los obispos clandestinos. Pero admitía que ‘casi siempre’ los obispos oficiales son obligados a ‘adoptar actitudes, cumplir gestos y asumir compromisos que son contrarios a los dictámenes de su conciencia’. Extrañamente, el inciso ‘casi siempre’ fue omitido en la primera traducción china dada a conocer por el Vaticano, suscitando la protesta del cardenal Zen. El Papa dejaba que fuesen los obispos en forma individual los que establecieran el mejor curso de acción a adoptar en sus situaciones específicas, es decir, buscar o no el reconocimiento por parte de las autoridades civiles”.

Criveller hace notar que “el gobierno chino se comprometió al máximo para disminuir el significado de esta carta”. Prueba de ello fue la persistencia del régimen en crear obispos ilegítimos, es decir, no aprobados por Roma.

En el 2006, el año anterior a la publicación de la carta, las ordenaciones ilegítimas habían sido tres. Después de lo cual, desde el 2007 al verano del 2010, los nuevos obispos fueron ordenados con el consenso de ambas partes, “aunque la aprobación –hace notar Criveller– fue dada siempre en forma independiente, sin negociaciones directas”.

Pero en el otoño del 2010 la situación se precipitó de nuevo. La consagración ilegítima de Guo Jincai como obispo de Chengde, escribe Criveller, “causó un deterioro de las relaciones entre el Vaticano y China”. Y al comienzo del verano siguiente otros dos obispos fueron consagrados sin la aprobación del Papa: Lei Shiyin, en Leshan, y Huang Bingzhang, en Shantou. La afrenta fue recogida en Roma con tales alarmas que por primera vez la Santa Sede reaccionó declarando públicamente la excomunión de esos obispos creados por el régimen.

En el interín, en diciembre del 2010, se verificó un episodio no menos inquietante, así descrito por Criveller: “El gobierno celebró en Pequín, con mucha ostentación, la octava asamblea nacional de los representantes católicos. El orden del día del encuentro incluyó la elección de la nueva cúpula de la Asociación Patriótica y de la Conferencia Episcopal [es decir, los dos organismos con los que el régimen ejerce el control sobre la Iglesia Católica oficial – nota del redactor]. Joseph Xing Wenzhi, obispo auxiliar de Shanghai, fue de mala gana a esa controvertida asamblea. Una vez allí, participó con una actitud pasiva. Regresó a Shanghai deprimido, disculpándose con su clero por no haber sido lo suficientemente fuerte como para boicotear pura y simplemente la asamblea. Muy rápidamente la vida personal del obispo dio un triste giro. El obispo Xing fue acusado, por parte de la policía secreta, de tener una relación con una mujer. Fue una alarmante represalia contra un obispo que había mostrado la valentía de resistir las políticas del gobierno”.

En abril del 2012 se volvió a la ordenación de dos obispos, aprobada por ambas partes, en Nanchong y en Changsha, pero los nuevos ordenados “fueron obligados a aceptar como consagrantes a obispos ilegítimos”.

Después nuevamente, el 6 de julio de ese mismo año, hubo otra ordenación ilegítima. Yue Fusheng fue ordenado obispo de Harbin “a pesar del pedido dirigido por la Santa Sede de rechazar la elección”. Los sacerdotes de esa diócesis que se habían opuesto fueron obligados a escribir una carta de sumisión y a concelebrar con el obispo ilegítimo. También en este caso la Santa Sede anunció públicamente la excomunión del nuevo obispo. Lo cual, escribe Criveller, “puede ser un ejemplo significativo de cómo las autoridades chinas son capaces, a veces, de llevar a su lado a personas que anteriormente habían sido explícitamente fieles al Papa”.

Años antes, en efecto, el entonces simple sacerdote Yue había formado parte de una delegación de sacerdotes chinos autorizados a participar en la Misa celebrada en Manila, el 15 de enero de 1995, por Juan Pablo II, en visita en Filipinas para la Jornada Mundial de la Juventud. Y cuando al comienzo de la Misa fueron izadas las banderas de las numerosas delegaciones nacionales, entre ellas la bandera de Taiwán, en represalia los jefes políticos de la delegación china ordenaron a los suyos abandonar la ceremonia, fue precisamente Yue uno de los poquísimos que tuvo la valentía de desobedecer y quedarse. Mientras que hoy “es conocido por su debilidad y su cercanía al gobierno”.

Pero todavía más revelador del deterioro de las relaciones entre la Santa Sede y China, en ese 2012 que es el último escorzo del pontificado de Benedicto XVI, es lo que sucedió en Shanghai el 7 de julio, con la ordenación en la catedral de Thaddeus Ma Daqin como nuevo obispo auxiliar. Escribe Criveller: “Él fue ordenado con la aprobación de ambas partes. Pero las autoridades chinas impusieron la presencia de un obispo ilegítimo, suscitando la consternación de muchos sacerdotes, religiosos y laicos que decidieron no participar en el rito. Thaddeus Ma, con una hábil estratagema, evitó que el obispo ilegítimo impusiera sus manos sobre él durante el rito de consagración. Hacia el final de la Misa el nuevo obispo declaró que quería ser el pastor de todos sus fieles, por lo cual desechó ser miembro de la Asociación Patriótica. Un video amateur del breve discurso del obispo Ma, aplaudido públicamente por las personas presentes en la catedral, apareció durante varios días en varios sitios web, hasta que fue eliminado.

“Muchos consideraron valiente y profético el gesto del obispo. Pero los funcionarios gubernamentales presentes en la Misa entraron en un estado de gran agitación y lo sacaron por la fuerza esa misma tarde. Los funcionarios pusieron bajo investigación a la diócesis, interrogando a sacerdotes y religiosas. Después de ocho años, Thaddeus Ma está hasta ahora con ‘arrestos domiciliarios’ en el seminario de Sheshan. Sus ‘confesiones’ del 2016 fueron escritas en cautiverio y no sabemos si fueron sinceras y si él se arrepintió o no por lo que había hecho”.

Si ésta es la trama conocida y pública de las relaciones entre la Santa Sede y China respecto a los nombramientos de los obispos entre el 2005 y el 2013, no se entiende cómo se puede conciliar con esta trama la aseverada “aprobación” en esos mismo años, por parte de Benedicto XVI, del acuerdo firmado cinco años después. Un acuerdo que hasta ahora ha sido mantenido en secreto y que hasta aquí no produjo ningún nombramiento episcopal nuevo, a dieciocho meses de su estipulación, más aún, ha sido acompañado por un posterior “endurecimiento” –como escribe Criveller al comienzo de su ensayo– del control del régimen sobre la Iglesia Católica.

También hay que tener presente que, respecto a China, Benedicto XVI se valió no solo de la Secretaría de Estado, sino también de una comisión "ad hoc" en la que el cardenal Zen tenía un peso significativo. La comisión jamás fue convocada durante el pontificado de Francisco.

Por lo tanto, no puede excluirse que se le hayan presentado al papa Benedicto proyectos de acuerdo sobre el nombramiento de obispos. Así como tampoco se puede excluir que la contraparte china haya descartado, en esos mismos años, cualquier propuesta por parte del Vaticano.

Pero tiene que probarse totalmente que el acuerdo que el cardenal Re dice “aprobado” por Benedicto XVI fuese idéntico al rubricado en el 2018.

Y vista las crónicas de esos años, tal como están informadas al final por Criveller, la cuestión parece exagerada. Con mayor razón si se la compara con la “histórica” carta escrita por el papa Benedicto a los católicos chinos.

Se agrega a ello que la carta del cardenal Re se inscribe en una fase de intensificación de la política de “mano extendida” por la Santa Sede hacia el régimen chino.

La carta lleva la fecha del 26 de febrero. Y el 14 del mismo mes, en Múnich (Bavaria), al margen de una conferencia internacional, hubo por primera vez, desde la ruptura de las relaciones diplomáticas en 1951, un encuentro entre los dos ministros de Asuntos Exteriores -de la Santa Sede y de China-, Paul Richard Gallagher y Wang Yi (en la foto).

La Secretaría de Estado del Vaticano –dirigida por el cardenal Pietro Parolin, considerado por Zen el principal culpable de la situación– emitió en esa ocasión un comunicado con tonos muy optimistas.

Y el 5 de marzo, en un videomensaje transmitido en nueve idiomas, el mismo papa Francisco expresó la esperanza de que “los cristianos chinos sean verdaderamente cristianos y sean buenos ciudadanos”. Con una recomendación que incluyó también una reprimenda a los que resisten: “Deben promover el Evangelio pero sin hacer proselitismo y lograr la unidad de la comunidad católica”.

Todo esto, hasta ahora, sin ninguna consideración por parte del gobierno chino, que solo se ha beneficiado de estas aperturas del Vaticano sin pagar el mínimo precio. Exactamente como para el acuerdo de 2018, definido correctamente por Criveller como “asimétrico”.

Publicado originalmente en italiano el 16 de marzo del 2020, en magister.blogautore.espresso.repubblica.it/…/c’e-di-mezzo-pa…

Traducción al español por: José Arturo Quarracino
vgg
Vg2: Bendito sea Dios: San Juan dijo que todo fue creado por Jesús y sin El nada ha sido creado.
Godofredo de Bouillón
Benedicto XVI legítimo papa y cardenal Zen buen obispo que denuncia las atrocidades del régimen comunista de China.
Re bergogliano malvado.