San Josemaría se pasó dos años llorando día y noche por la situación de la Iglesia, sobre todo a partir de mediados de los años 60:
"El sufrimiento fue en la vida del Padre colirio de purificación. De tal modo había clarificado su visión interior que tenía constantemente presentes, al desnudo y en detalle, las terribles consecuencias acarreadas por la desarticulación de la fe en el mundo contemporáneo. Ahora el futuro de la Historia se le representaba como un libro abierto, en el cual podía leerse el funesto derrotero hacia el que derivaría la humanidad, si se desvirtuaban las realidades sobrenaturales; y allá, al fondo de sus páginas, se abría un negro abismo por donde despeñarse las almas. El sufrimiento había preparado al Fundador para tales clarividencias, como resultado de un intensísimo amor a Cristo y a su Iglesia. Esto le hacía sentirse responsable de la misión de la Iglesia. Y no se explicaba que, ante la magna empresa de la Redención, los cristianos permaneciesen en actitud pasiva, con los brazos caídos, indiferentes al hundimiento general.
Al pensar en el peligro de perdición de las almas, el Padre urgía a la oración:
hay que rezar por las almas, por la Iglesia, porque quieren clavar otra vez a Cristo en la Cruz |
# 23|. En esos amargos trances movilizaba toda la energía interior de que era capaz, y el conjunto de su vida afectiva, porque su espíritu había logrado una portentosa y armónica compenetración de fuerzas sobrenaturales y humanas, que se traducía en apasionado celo apostólico |
www.todosloslibros.info/…/1521-me-duele-l…|. Semejante dominio, ejercido sobre las potencias todas de su persona, nos da la medida de su sufrimiento. Le dolían las almas; y ese agudo dolor le arrancaba lágrimas de fuego:
Nunca he sido llorón —confesaba a sus hijos—
, pero aquellas eran unas lágrimas muy dulces, que quemaban los ojos: me las daba Dios |
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Hacía el Padre grandes esfuerzos para no dejar ver que sus penas corrían a la par que sus lágrimas. Solamente en la intimidad con Dios daba vía libre al desahogo. No podía contener las lágrimas al celebrar misa y en la acción de gracias. Y era tal su intensidad que le produjeron una fuerte irritación de ojos. Temiendo que se tratase de un mal de la vista, le llevaron a que le examinase un oculista. No era nada de importancia médica. Muy bien pudiera tratarse del don divino de lágrimas |
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Don Javier Echevarría, que presenció aquel dolor inmenso, testimonia que el Padre tenía el alma triturada desde que, «a partir de la década de los sesenta, comenzó la gran deserción de sacerdotes y religiosos en el mundo entero. Era un clamor dolorido el que afluía a su boca con continuidad. Le dolía la Iglesia, como solía comentar constantemente; le dolían aquellas almas que traicionaban su vocación; le dolían las almas que padecían el escándalo ante aquellas deserciones; le dolía la confusión que procuraban provocar los enemigos de la Iglesia» |
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Nada de cuanto ocurría a su alrededor resultaba indiferente al Padre. Su disposición natural era la de compartir la alegría o el dolor ajeno. Había en él, por amor a Dios, una decidida propensión a hermanarse misericordiosamente con los sentimientos del prójimo. Si sabía de alguien que padecía, se sentía también afectado, incluso físicamente, en sus entrañas paternales. Esta repercusión del sufrimiento ajeno era fenómeno corriente en su persona. Era algo que le venía de lejos, pues constituía uno de los rasgos característicos de su herencia biológica. Cuando se producía una de esas espontáneas reacciones, sin darle mayor importancia, solía decir a los presentes:
no os preocupéis, me viene de familia, porque mi buena madre cuando ocurría una cosa semejante se veía afectada inmediatamente |
www.todosloslibros.info/…/1521-me-duele-l…|. En tales condiciones, ¿cómo vivir indiferente, cuando era testigo, a diario, de tanta ofensa cometida contra el Señor, el cual había pagado generosamente con su sangre la redención de la humanidad?"
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