A un año de la partida del Padre Tulio

En Cristo, recordamos hoy al Padre Tulio a un año de su partida.
Lo hacemos en el seno de la Eucaristía. Y por eso, lo que hacemos, no puede ser un mero repaso de anécdotas con la memoria, sino una celebración en la fe, de cara al Señor, un recordarlo en Jesús, el que Vive y está viniendo.

Cuando el Señor nos trae el recuerdo del Padre Tulio, facilmente reconocemos aquel empuje, su fervor, su entusiasmo. Así vivió su ministerio sacerdotal. Esa marcha constante de su servicio, con pocas pausas, llevando toda la riqueza de su educación salesiana, la impronta de su familia católica e italiana, y el singular rasgo de su formación litúrgica que se ampliaba al universo ortodoxo bizantino.

Gustaba de celebrar. Muy conversador, amigo de las fiestas, las reuniones, los brindis, la camaradería.
Lo vimos siempre celoso por el cuidado del templo, la belleza del culto, el arreglo de los manteles, los frontales, los vasos sagrados, los ornamentos, y todas las cosas benditas que se disponen para celebrar al Señor en la liturgia.

Lo recordamos en su ardiente amor a las enseñanzas de la Iglesia y al Papa. Cuando fuera elegido el Papa Francisco, estábamos juntos absortos mirando la transmisión por la televisión, lo vi inmediatamente ponerse de rodillas y llorar, a la vez que llamaba a Juan, nuestro sacristán, para que hiciera sonar las campanas a vuelo.

Aristóteles había dicho que quería ser recordado como aquel que nació, trabajo, y murió.
Si bien, un cristiano y sacerdote, es más y aún otra cosa, el énfasis del trabajo en el servicio de Dios, signó la vida del Padre Tulio.
Incansable.
Compartí 8 años con él. Ocho años intensos. Compartimos mucho.
A veces, me parece verlo en ese patio de la casa parroquial, colgando al sol los ornamentos sagrados, o diciéndome después de cenar: “tomás un café”, o confidenciando preocupaciones por su salud.

Lo tocó la enfermedad. Lo tocó fuertemente. Lo acompañamos. Y lo vimos marcharse.
Nos dolió la pérdida de un hombre joven, de un joven sacerdote que quería seguir sirviendo a la Iglesia aún, en esta Buenos Aires que lo vio nacer.
Aceptamos lo que Dios dispuso. Eso es bueno. Es un misterio que se hunde en los secretos de la redención.

El ahora cardenal Mario Poli me pidió en sus exequias que dijera unas palabras.
Recuerdo haber dicho que no nos separábamos, porque estábamos unidos en Cristo.
Por eso, a un año de su partida, en Cristo celebramos la esperanza del reencuentro.
No lo hemos despedido, sino en la fe. Y el que cree tiene un camino que atraviesa la muerte.

El papá de Tulio, siendo muchacho, le había ayudado en Misa a Don Orione. Terminada aquella Misa, ya en sacristía, don Orione le dijo al muchacho: “vos vas a tener un hijo sacerdote”.
Profecía cumplida de un santo, hoy reconocido por este don.
Esta profecía el papá de Tulio la guardó en secreto, y sólo se la confió a su hijo el día de su ordenación sacerdotal.
Signado desde siempre para servir a Dios en el altar.

Lo católico impregnó su vida... Hoy, agradecidos, encomendamos su alma.
Fue pastor de esta comunidad, y es sacerdote para siempre.
Creemos que continua la intercesión por sus ovejas.

Creo haberlo conocido bien. Y sé que el aprobaría estas palabras responsoriales:
“Creo que mi Redentor vive y que en el último día surgiré de la tierra. Y con mi cuerpo contemplaré a Dios, mi Salvador.
Seré yo mismo quien lo mire, no otro; mis ojos lo verán.
Por eso conservo esta esperanza en el fondo de mi corazón.”

Dale Señor el descanso eterno. Y brille para él la luz que no tiene fin. Amén.

Sermòn del Padre Gustavo Seivane del 11/12/14