Brodofoumé, Costa de Marfil. 23 de junio. Otro día en la rutina de Costa de Marfil que comienza con el cacareo del gallo local y después el de Rafa Pampillón.
Una vez en la zona de obras, tomamos de nuevo contacto con el ritmo de trabajo africano; en otras palabras, la pintura se acabó tras unos minutos y en consecuencia oleadas de trabajadores se dirigieron hacia las duchas del campamento, para encontrarse con la grata sorpresa de que la nueva pintura rosa no se iba a ir tan fácilmente; de este modo, el disolvente se convertía en la sustancia más preciada del campamento para los voluntarios en bañador.
En cambio, algunos pocos de nosotros nos tuvimos que enfrentar a la dificultad del alquitrán para lograr un futuro tejado sólido sin goteras que cubriese las aulas de parvulario. Hacia el final de la jornada encontrábamos voluntarios actuando como auténticos trapecistas encima de los tejados, fijando las cubiertas de aluminio a martillazo limpio y llevando a un nuevo nivel la labor en el campo de trabajo.
Fue a las tres y media cuando, entre martillazo y martillazo, Juan Antonio Gil se encontró solo como último trabajador en el lugar.
Esa tarde, tras un innovador menú de pescado con cuscus, don Pedroma y don Rodrigo eran enamorados en el Lobo, y Jacobo Zamora de nuevo asesinado en la primera noche, como es costumbre. Algunos alumnos visitaron multitud de familias de la aldea.
Otra magnifica jornada en la rutina del campo de trabajo llegaba a su fin, caracterizada por el trabajo duro, el castillo de naipes más alto que habíamos visto por el momento y los primeros comentarios sobre la nostalgia alimenticia. Juan Antonio Gil y Diego Martínez de Aspe.
